domingo, 30 de agosto de 2015

EL QUETZAL DE LA HISPANIOLA: VÍCTIMA DEL CAMBIO CLIMÁTICO

El Quetzal de la Hispaniola, víctima del cambio climático CAMBIO CLIMÁTICO | 28 AGO 2015, 12:00 AM | SIMÓN GUERRERO__ En el VII Congreso Internacional de Investigación Científica del Ministerio de Educación Superior Ciencia y Tecnología (MESCYT), presenté un trabajo titulado.: “El trogon de la Hispaniola: Un ave que padece y mitiga los efectos del cambio climático” refiriéndome a cómo esta especie ayuda a regular los ecosistemas, dispersando semillas de plantas silvestres que desaparecerían si ella se extinguiera. . Al mantener los ecosistemas naturales sanos, mitiga los efectos del cambio climático. Pero también lo padecen, pues las tormentas, las inundaciones y la sequía prolongada destruyen los árboles donde anidan y provocan escasez de alimento. Por eso los nidos artificiales cumplen un doble propósito: permiten obtener información científica sobre la especie y contribuyen a su conservación. Aunque sabíamos eso, nunca pensamos que íbamos a padecer tan drásticamente los efectos del cambio climático. El año pasado, en el 50% de los nidos instalados nacieron pichones. Este año, a pesar de que se veía merodear el mismo número de parejas, tuvimos una sola nidada. La sequía que azota al Caribe, vinculada al cambio climático, parece haber sido la responsable de esta escasez. Hasta que no llueve, los ciclos reproductivos de casi todos los seres vivos se retrasan; en ocasiones tanto, que no llegan a ocurrir. . En el caso de las aves, mientras no llueve no hay flores, ni insectos, ni frutas; en fin, no hay comida. Pero además de la comida, los ciclos reproductivos algunas veces dependen de factores climáticos como la humedad relativa del aire. Sería antropomórfico afirmar que las aves se planifican y no se arriesgan a tener hijos si no van tener con qué alimentarlos, pues es difícil probar que se trata de una decisión intencional o consciente. Sin embargo, al final, si nos atenemos a los resultados, eso es lo que sucede. Aprendimos muchas cosas en lo que va de proyecto, algunas por la confirmación de nuestras expectativas, otras, las más interesantes, a partir de nuestras suposiciones erróneas. Dice B. F. Skinner, que uno de los riesgos de aferrarse a una hipótesis es que podemos percibir como fracasos todos los resultados que rechacen dicha hipótesis. Pero de los errores también se aprende y muchas veces más que de los aciertos. Por ejemplo, uno de nuestros temores era que los nidos artificiales fueran ocupados o saqueados por los carpinteros (Melanerpes striatus). Ya en otra ocasión no sólo ocuparon sino que remodelaron, abriéndole otra entrada, unos nidos que instalamos para cotorras (Amazona ventralis). Creíamos haber resuelto este problema haciendo nidos de un material más resistente y agrandando sus dimensiones. Fracaso total. Tres de nuestros nidos fueron ocupados por carpinteros y en uno de ellos nacieron y se criaron tres saludables polluelos. ¿Es esto un fracaso? De ninguna manera. Ahora sabemos algo importante que ignorábamos: Aceptan nidos artificiales. Y como se trata de una especie endémica de la que no se sabe mucho, esta información, obtenida en cierto modo por serendípity, nos conduce a nuevos proyectos. Tenemos que confesar que cuando descubrimos que los carpinteros habían ocupado uno de los nidos artificiales enfrentamos un conflicto ético. Tratamos de convencerlos de que esos nidos fueron instalados para los trogones y que, además, ellos no los necesitaban pues sabían construirlos. Pero era un argumento débil pues los carpinteros también son endémicos y cerca de 4 especies de aves (2 de ellas endémicas) usan los nidos construidos por los carpinteros. Tienen bien ganado el derecho a una vivienda gratuita En el XX Congreso de BirdsCaribbean, celebrado en Jamaica en julio, hice una presentación sobre este proyecto. De los estudios con aves que anidan en cavidades en el Caribe insular, el nuestro es el único que trabaja con un género endémico de la región (Priotelus). Pero lo que resultó más singular del proyecto para muchos de los asistentes al congreso es que lo ejecuta una universidad privada (UNIBE) con fondos locales aportados por una institución estatal (MESCYT). Se trata de una combinación esperanzadora, pues significa que tenemos una institución estatal interesada en estimular la investigación científica e instituciones privadas confiables para ejecutarla. Esta simbiosis, me aseguran los colegas caribeños, es poco frecuente en nuestra región.

domingo, 16 de agosto de 2015

Los veranos en la isla de Nonsuch


Los veranos en la isla de Nonsuch
Simón Guerrero. Nonsuch, Bermuda.

La noche antes de salir de Barcelona, David Wingate me dijo, mientras me pasaba un libro: “Léete esto mientras cruzamos el Atlántico, para que cuando llegues a Bermuda ya conozcas todo sobre Nonsuch”. La autora del libro era su hija mayor Janet Wingate. El título de este artículo es una aproximación, en nuestra copiosa lengua, al conciso título del libro en inglés: “Nonsuch Summer”. La autora narra en primera persona sus experiencias infantiles en Nonsuch, pues su padre decidió mudarse a la isla poco después de casarse para cumplir la misión de su vida: restaurar la isla, que en ese entonces era un páramo desierto invadido por chivos y ratones, y convertirla en un Museo viviente, una réplica de lo que sería Bermuda antes de la llegada de los europeos, y que eventualmente sirviera como lugar de anidamiento del cahow, ave nacional de Bermuda que se creyó extinta durante varios siglos, hasta que fue redescubierta en 1951.

La historia es contada no como un adulto que evoca recuerdos de su infancia sino desde la perspectiva de una niña de 12 años que relata cosas que le ocurrieron hace poco. Aunque lo menciona en sus notas preliminares, la muerte trágica de su madre, acaecida en Nonsuch en 1973, no forma parte de la historia. La narradora cuenta sus experiencias en la isla donde ella y su hermana menor Karen pasaban todos los veranos, muchas veces acompañadas de amigos de su edad y de parientes. Cada lugar de la pequeña isla es vinculado en el libro a alguna anécdota; a las pocas páginas ya estamos familiarizados con su breve geografía.   

Leí este libro en circunstancias muy especiales, pues tenía a mi alcance al padre de la protagonista, que es además uno de los principales personajes de la historia, a quien podía consultar en cualquier momento.  Cuando terminé de leerlo, minutos antes de llegar a la última escala de un viaje agotador, comprendí que mi percepción de Nonsuch había cambiado por completo. No es lo mismo leer las diferentes fases de un proyecto de restauración de una isla en un frío informe científico, que oír la versión fresca de una niña de 12 años que nos cuenta como las cosas realmente sucedieron, sin excluir emociones ni detalles jocosos, los cuales son mutilados cuando se publican los resultados de la investigación.

A medida que avanzaba en el relato de Janet Wingate, los diferentes puntos de la isla se me iban contaminando de humanidad. No es lo mismo saber que 1962 David Wingate se dedicó por completo al proyecto de restauración, que oír, de boca de su hija, “Después que redescubrieron el cahow, me dijo mi padre ya sabía que iba a hacer con el resto de su vida”.
Leí en una de las publicaciones de David sobre el nacimiento de las tortugas marinas en una playa de la isla. El hecho parece otro cuando Janet describe su reacción al descubrir la primera tortuguita recién nacida: “Papá, mamá, vengan a ver! Una tortuga, nació una tortuga! De verdad? gritó papi derramando el café sobre su camisa. Todos corrimos hacia la playa.”  Ahora temo decepcionarme si no oigo en cada playa de la isla, que antes eran para mí simples referencias geográficas, la algarabía de los hijos de David y sus amigos. Hasta presiento la sombra de Biscuit, el perro labrador de la de la familia. No sé si la isla real pueda superar la imagen de la isla recreada por Janet. Mañana tenemos programado un viaje a Nonsuch y a los islotes donde anidan los cahows. Comprobaremos si, como pretendía Wilde, la naturaleza imita al arte; si la literatura es superior a la vida.