Los veranos en la isla de Nonsuch

Simón Guerrero.
Nonsuch, Bermuda.
La noche antes de salir de Barcelona, David Wingate me dijo, mientras me
pasaba un libro: “Léete esto mientras cruzamos el Atlántico, para que cuando
llegues a Bermuda ya conozcas todo sobre Nonsuch”. La autora del libro era su
hija mayor Janet Wingate. El título de este artículo es una aproximación, en
nuestra copiosa lengua, al conciso título del libro en inglés: “Nonsuch Summer”.
La autora narra en primera persona sus experiencias infantiles en Nonsuch, pues
su padre decidió mudarse a la isla poco después de casarse para cumplir la
misión de su vida: restaurar la isla, que en ese entonces era un páramo
desierto invadido por chivos y ratones, y convertirla en un Museo viviente, una
réplica de lo que sería Bermuda antes de la llegada de los europeos, y que eventualmente
sirviera como lugar de anidamiento del cahow, ave nacional de Bermuda que se
creyó extinta durante varios siglos, hasta que fue redescubierta en 1951.
La historia es contada no como un adulto que evoca recuerdos de su infancia
sino desde la perspectiva de una niña de 12 años que relata cosas que le
ocurrieron hace poco. Aunque lo menciona en sus notas preliminares, la muerte
trágica de su madre, acaecida en Nonsuch en 1973, no forma parte de la
historia. La narradora cuenta sus experiencias en la isla donde ella y su
hermana menor Karen pasaban todos los veranos, muchas veces acompañadas de
amigos de su edad y de parientes. Cada lugar de la pequeña isla es vinculado en
el libro a alguna anécdota; a las pocas páginas ya estamos familiarizados con
su breve geografía.
Leí este libro en circunstancias muy especiales, pues tenía a mi alcance al
padre de la protagonista, que es además uno de los principales personajes de la
historia, a quien podía consultar en cualquier momento. Cuando terminé de leerlo, minutos antes de
llegar a la última escala de un viaje agotador, comprendí que mi percepción de
Nonsuch había cambiado por completo. No es lo mismo leer las diferentes fases
de un proyecto de restauración de una isla en un frío informe científico, que
oír la versión fresca de una niña de 12 años que nos cuenta como las cosas
realmente sucedieron, sin excluir emociones ni detalles jocosos, los cuales son
mutilados cuando se publican los resultados de la investigación.
A medida que avanzaba en el relato de Janet Wingate, los diferentes puntos
de la isla se me iban contaminando de humanidad. No es lo mismo saber que 1962
David Wingate se dedicó por completo al proyecto de restauración, que oír, de
boca de su hija, “Después que redescubrieron el cahow, me dijo mi padre ya
sabía que iba a hacer con el resto de su vida”.
Leí en una de las publicaciones de David sobre el nacimiento de las
tortugas marinas en una playa de la isla. El hecho parece otro cuando Janet
describe su reacción al descubrir la primera tortuguita recién nacida: “Papá,
mamá, vengan a ver! Una tortuga, nació una tortuga! De verdad? gritó papi
derramando el café sobre su camisa. Todos corrimos hacia la playa.” Ahora temo decepcionarme si no oigo en cada
playa de la isla, que antes eran para mí simples referencias geográficas, la
algarabía de los hijos de David y sus amigos. Hasta presiento la sombra de
Biscuit, el perro labrador de la de la familia. No sé si la isla real pueda
superar la imagen de la isla recreada por Janet. Mañana tenemos programado un
viaje a Nonsuch y a los islotes donde anidan los cahows. Comprobaremos si, como
pretendía Wilde, la naturaleza imita al arte; si la literatura es superior a la
vida.
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