domingo, 6 de febrero de 2011

Julio Cicero: Padre y Maestro Mágico

Julio Cicero: Padre y Maestro Mágico
De izquierda a derecha:
Simón Guerrero, Julio Cicero y Arturo Guerrero

Simón Guerrero

Caminar con Julio Cicero por el bosque es una experiencia inenarrable. Tuve el honor y el privilegio de acompañarlo en muchas de sus correrías naturalistas por la isla. En ocasiones, era él que aceptaba una invitación mía a explorar un sitio interesante, a colectar alevines en la desembocadura de un río o a buscar semillas de plantas raras, siempre con el mismo entusiasmo, con la misma capacidad de asombro que la mayoría de las personas pierden con la infancia y que él aún conserva en sus 90 años de juventud. Recuerdo que durante muchos años participaba en los conteos navideños de aves. Cuando hacíamos un alto al medio día, su actividad crecía y entonces se concentraba en la vegetación, que ante sus ojos se transformaba en un museo viviente.

Una caminata por su Arboretum milagroso era un recorrido por el Génesis, por los orígenes de la vida. Decenas de veces hicimos el recorrido juntos; decenas de veces oí las mismas explicaciones, que a mí siempre me parecieron nuevas. Sucumbo a la nostalgia y son muchos los recuerdos que me asaltan. Rubén Darío me contagió la música de ciertas palabras (¡Oh, quien fuera Hipsipila que dejó la crisálida!); Cicero le dio aliento vital a esos sonidos. Recuerdo una en especial "nelumbo" ("los nelumbos del norte"), que me parece extraordinariamente hermosa. No olvido el día en que Cicero conectó la palabra con la vida. Me mostró una planta acuática en cuyas hojas las gotas de agua rodaban como perlas. "-Es un nelumbo", me dijo. La "poesía de la verdad" superaba la música de la palabra.

En otra ocasión caminaba con él por un humedal. De pronto oí un chapoteo en el agua que me hizo pensar en un pez o una jicotea. "-Es el metano -me aclaró- el gas de los pantanos." Una vez observábamos a una pareja de Euphonia musica, un ave casi tan linda como su nombre latino, que revoloteaba entre las hojas. "-Se están bañando en el rocío", comentó sin asombro; pero a mí me sonó como un verso de Hugo o de Darío. Camino a Pedernales me confesó que él no tenía fe. Me produjo pánico la idea de que el Padre fuera ateo. Su respuesta me tranquilizó: "-Es que no la necesito; veo a Dios todos los días en cada planta, en cada animal".

Cuando lo visité la primera vez en su retiro de Manresa, me preocupaba que el cambio lo hubiera deprimido. Lo encontré con la misma pasión y me habló con entusiasmo de sus nuevos planes. Al poco tiempo se apoderó de un espacio vacío en el edificio e improvisó un germinadero. Luego hizo un viverito en el jardín, del cual ya hay plantas sembradas en el Acuario. Y es que a su paso, a diferencia de Atila, crecen las hierbas y las pereskias, los duendes y los alelíes. En él conviven, en perfecta armonía, la curiosidad de Gregorio Méndel y la ternura de San Francisco de Asís. Cuando sea llamado por su Dios de bondad, acudirá con alegría porque sospecho que abriga la esperanza de descubrir nuevas especies en el paraíso. Julio Cicero es una prueba de que el alma persiste "cuando la carne es caos". Cómo puede morir alguien "que fue tantas primaveras", tantos atardeceres en Salinas, tantos amaneceres en Bahoruco.

Padre Julio Cicero, sj; "Padre y maestro mágico", gracias por tu generosidad fecunda; por las tardes sin tiempo en tu Arboretum mágico; por los alelíes y el metano; por la poesía de la verdad, que no necesita intermediarios; por las perlas de lluvia en la impermeabilidad de los nelumbos; por la Hipsipila y la Crisálida, por las Pereskias y los duendes, por las Euphonias y el rocío. guerrero.simon@gmail.com simon.guerrero@hotmail.com

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