sábado, 19 de febrero de 2011

LAS DOS ABSTRACTAS FECHAS Y EL OLVIDO

Simón Guerrero


La tumba de Jorge Luis Borges, en el Cementerio de los Reyes

Ginebra. El Cementerio de los Reyes es mejor conocido en Ginebra como "Cementerio de Plainpalais", que es el nombre del barrio en que se encuentra. Es un cementerio de políticos famosos, de ilustres familias ginebrinas y de artistas cuyas tumbas resultan a menudo "un último espacio de creación y libertad". Sus primeros inquilinos fueron las víctimas de una peste negra que azotó la ciudad a mediados del siglo XV. El cementerio actual, que es el Panteón de Ginebra, tiene 28 mil metros cuadrados de sombra y serenidad.

Cuando llegamos a la tumba de Borges el Sol iluminaba toda la lápida. De pronto descubrimos que no sabíamos qué hacer. Nos sentíamos sobrecogidos como si se tratara de un pariente muy cercano o de un amigo muy íntimo. "De una manera casi física sentíamos la gravitación de sus libros, el ámbito sereno de un orden, el tiempo disecado y conservado mágicamente". Para disimular la perturbación me pongo a tomar fotos. Hay flores frente a la lápida. La amiga francesa que nos acompaña, eterna madre nutricia, le echa agua a las flores.

En la parte frontal, luego del nombre, hay un grabado antiguo y el famoso verso vikingo: "No hay que tener miedo"; al pie de la lápida, "las dos abstractas fechas..." En la parte posterior de la piedra la inscripción "Tomó la espada y la posó, desnuda, entre sus cuerpos". Y en la parte inferior: "De Ulrica a Javier Otarola", personajes de su cuento Ulrica contaminados de realidad.

El ejercicio del ritual se justifica pues la literatura no ha sido nunca para mí el simple "placer del texto", sino algo utilitario que me ha dado siempre "coraje y alegría" y me ha ayudado a sobrellevar dificultades y tristezas. Mi primera noción de paternidad me viene de un cuento de Juan Rulfo: "Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta". Otro mexicano, Carlos Fuentes, me enseñó "que un hijo merece la gratitud del padre por un solo día de existencia en la tierra".

Con Borges la lista crece continuamente, pues cada relectura la enriquece. Un verso de Borges: "Mis padres me engendraron para el juego arriesgado y hermoso de la vida", no me deja zozobrar cuando la vida se me pone triste, y me convenzo de que es ciertamente un juego arriesgado, pero hermoso. La reflexión de uno de sus personajes ("Sentí lo que sentimos cuando alguien muere: la congoja, ya inútil, de que nada nos hubiera costado haber sido más buenos") me hizo entender el inmenso valor que tiene y lo poco que cuesta un gesto amable, una palabra de aliento.

Ya son las seis y media. Al llegar a la puerta descubrimos que ya está cerrada y que no hay nadie. Nuestro primer impulso tercermundista es saltar el portón, pero recuerdo que en Suiza todo, hasta el despiste, está previsto. Además, Lucie sigue leyendo poemas de René Char en este lento atardecer de verano. Como supongo que no es un alma en pena ni vive en el cementerio, le explico la situación. En efecto, hay una forma primermundista de salir. Nos acompaña hasta la salida, bicicleta en ristre, y le basta presionar un botoncito para abrir el portón. Pasamos cerca de dos horas inolvidables y felices, saboreando cada luminoso momento. Es una lástima que la muerte (¨Ese otro mar, esa otra fecha¨), razón necesaria para "vivir" en este lugar, no sea una excusa suficiente.
guerrero.simon@gmail.com simon.guerrero@hotmail.com









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