sábado, 12 de enero de 2008

Los Intelectuales y el Poder. Primera Parte

Stone Intelectual.Fotografía de ericutxo.RosaCobos
Tal vez este debate debió comenzar enumerando los rasgos que definen a un intelectual. ¿Debemos suponer que son intelectuales los organizadores y participantes de este Coloquio? Yo por mi parte me considero intelectual porque me acojo a la definición que diera una vez Mark Twain: “Persona capaz de entrar a una biblioteca aunque no esté lloviendo”. Sin embargo, algo me preocupa: no sé en que medida atente contra mi condición de intelectual el hecho de ser un lector ocasional, pero entusiasta, de la revista Selecciones de Reader’s Digest.

De todos modos, creo que es crucial, para entender el conflicto entre los intelectuales y el poder político, la distinción que hace Max Weber entre lo que él llama la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Cuando estamos fuera del poder, nos podemos dar el lujo de actuar atendiendo exclusivamente nuestras convicciones éticas; decimos o hacemos lo que nos parece correcto sin tomar en cuenta las consecuencias. Cuando se ocupa una posición pública, por el contrario, la responsabilidad del cargo nos impone sopesar cuidadosamente las consecuencias que tendrán nuestros actos. Por ejemplo, es muy fácil reclamar, exigir que bajen inmediatamente el precio de los combustibles. ¿Cómo? No sé, pero que lo bajen, porque es injusto. Ese no sería nunca el discurso de un secretario de Industria. No es lo mismo el discurso del Che Guevara que el discurso de Fidel Castro. Es evidente que el Che hacía y decía cosas que Fidel Castro no puede hacer ni decir. El problema es que siempre se corre el riesgo de que la ética de la responsabilidad se convierta en una coartada permanente para justificar toda clase de inconductas, arguyendo siempre “razones de estado”. Si nos descuidamos, podemos terminar vendiendo cocaína para combatir el narcotráfico.

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