sábado, 12 de enero de 2008

Vergüenza recurrente de los fuegos artificiales

Crying Child. Fotografia de Candid Photo Dude
Santo Domingo. Todos los años lo mismo: la Asociación de Cirujanos, la Asociación de Cirujanos Plásticos, la Asociación de Pediatría, el Hospital Infantil Robert Read Cabral, el Hospital Gautier y el hospital Darío Contreras, solicitan, casi imploran a las autoridades prohibir la práctica irracional e irresponsable de la fabricación y venta de fuegos artificiales, para prevenir la tragedia que cada año lleva luto y dolor a los hogares dominicanos. A veces recurren a la sensatez de la ciudadanía, porque sus recomendaciones han sido sistemáticamente ignoradas, con la excepción de una prohibición decretada en el período 1996-2000, que funcionó durante un par de años. Si todos los organismos de salud que tienen que lidiar con esta tragedia recurrente se oponen a esta práctica, ¿Bajo la recomendación de cuáles asesores las autoridades se empeñan en mantenerla?

En el cuatrienio 2000-2004, Interior y Policía levantó la prohibición, alegando que los fuegos artificiales son una vieja tradición dominicana sin la cual las fiestas navideñas carecen de sentido. Muchos de los más de dos millones de dominicanos que eligieron al actual gobierno creyeron que la cordura volvería a imponerse y de nuevo se prohibirían estos fuegos funestos.

No sé si se diluyó la voluntad o se consideró el "costo político" de la medida. No sería nada nuevo. En las elecciones del 2002, alguien pidió al ejecutivo que impidiera a los agentes de AMET sancionar las violaciones a la ley de tránsito para no perder las elecciones. Necesitamos políticos que asuman la dirección del Estado con la firme decisión de cumplir con su deber sin importar el costo político.

Otras veces se culpa a los padres de la tragedia, por no supervisar adecuadamente a sus hijos en sus pasatiempos incendiarios. Si este argumento es válido, habría que eliminar a los organismos que controlan el consumo y distribución de drogas entre los jóvenes y que el manejo del problema sea responsabilidad exclusiva de sus progenitores.

Cuando se invoca la fuerza de la tradición para defender hábitos aberrantes, se corre el riesgo de caer en una suerte de fatalismo cultural que todo lo justifica con la excusa de que se trata de una práctica muy antigua. En ese sentido, gastar en bebidas alcohólicas el dinero que debían destinar a comprar leche para sus hijos o maltratar a sus esposas, prácticas abominables de ciertos padres dominicanos, son quizás tan antiguas como los fuegos artificiales. Al argumento de que ciertos hábitos deben ser conservados porque hace mucho tiempo que conviven con nosotros, hay que responder como el Cándido de Voltaire: "La razón es mucho más vieja".

Cada año, en los meses previos a la Navidad, sectores de salud, tanto oficiales como privados, recomiendan la prohibición de estos juegos letales para evitar la secuela anual de niños mutilados. Las autoridades alegan que los fabricantes hicieron una fuerte inversión y que no es posible detener la práctica, pues afectaría los intereses de esos honorables "padres de familia".

Simón Guerrero

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